miércoles, 19 de febrero de 2014

La Era de la Vergüenza

Fotografía Miguel Morales

Un día, cuando todo esto acabe, esta época será recordada como la Era de la Vergüenza. Porque esto acabará un día, aunque tal día ni siquiera se vislumbra hoy. Ese día, lejano, habrán desaparecido muchos de los problemas de este presente convulso, y entre ellos, y muy especialmente, la atroz diferencia entre ricos y pobres.
No se crean que en este comienzo de 2014 estamos en ningún camino de ninguna recuperación. Ya sé que los sumos sacerdotes del Sistema lo pregonan constantemente. Es mentira. Una manipulación -otra- convenientemente insertada en el curso de los acontecimientos. No hay a la vista ninguna recuperación que pueda mejorar las penosas condiciones del pueblo, que de eso hablamos, porque el repuntar de los beneficios de los bancos no es ninguna noticia y ninguna sorpresa.
Un día futuro, más allá del horizonte más apartado, miraremos hacia atrás y no podremos entender el papel mezquino que han desempeñado nuestros gobiernos durante esto que han llamado crisis. Y nos preguntaremos, atónitos, cómo han sido capaces de llevar a la pobreza, consciente y deliberadamente, a millones de ciudadanos. Cómo, aun en medio de la depauperación creciente, seguían legislando a favor de la prioridad absoluta del pago de una deuda fantasma sobre las necesidades básicas del pueblo. Veremos con horror, desde la atalaya del futuro, esas leyes dirigidas a crear miseria entre los más desfavorecidos, despreciando sus necesidades y su suerte. 


Fotos Miguel Morales
Contemplaremos, en fin, cómo todo ese contingente de miserables ha servido de tributo para que los verdaderos amos -esa coalición de buitres llamada con eufemismo “poderes financieros”- saciaran su voracidad. “Hemos hecho bien los deberes” -balbucirá desde el pasado la voz vergonzante de nuestros gobiernos arrodillados. Instalados en el futuro, sabremos además que la excusa de la crisis ya no confunde a nuestras inteligencias, porque ninguna crisis habría justificado tales rapiñas.
En ese futuro ideal, de momento futuro soñado, nos sorprenderá saber que todo esto ha ocurrido bien entrado el siglo XXI, no en los albores del capitalismo previo a los derechos laborales. Esta vuelta a la esclavitud y este retroceso en conquistas primordiales de la humanidad, habrá sido aplicado sin compasión y mantenido con la ayuda inclemente de la represión policial y jurídica. Y mientras, la elite que se ha hecho con el poder económico habrá multiplicado de manera fabulosa sus riquezas. Por esa razón, esta época desgraciada será conocida como la Era de la Vergüenza.
Pero la victoria implacable de los explotadores no hubiera sido posible sin la conquista de la mente de las personas. Personas resignadas que veían ese castigo como una consecuencia de sus pecados económicos o, en el mejor de los casos, como un fenómeno natural. Y por ello habrán sido cómplices de sus verdugos dejándolos hacer, comprendiendo lo “inevitable” de las medidas que desmontaron a piezas el Estado del Bienestar -sin que nunca el bienestar hubiese sido para tanto-, y que destruyeron en tiempo récord la clase media. Medidas que no cesaron hasta que la salud, la educación y las pensiones pasaron a manos privadas, ante la pasividad del pueblo sumiso que así lo cedía todo.
Y también por eso, por haber sido humillados, burlados y saqueados sin oponer resistencia -e incluso con el aplauso de un sector de la biempensante y mansa ciudadanía-, esta época infame de la historia se recordará, y con todo merecimiento, como La Era de la Vergüenza.   



 Fotografía Miguel Morales

jueves, 13 de febrero de 2014

La agricultura natural


Fotos Miguel Morales

¿Qué es la agricultura natural? ¡Pocos lo saben! Preguntad si no. Veréis que la mayoría, por elemental asociación de ideas, os dice que la agricultura natural es la que prescinde de productos químicos. Pero eso es más bien la agricultura ecológica. Es cierto que la agricultura natural coincide con la ecológica en ese punto. Y es un punto clave: toda agricultura natural es también ecológica. No así, necesariamente, en sentido contrario. La agricultura natural, tal y como fue formulada, se distingue de la ecológica en algunos aspectos.
El concepto de agricultura natural se lo debemos a Masanobu Fukuoka (1913-2008), agricultor, biólogo y filósofo japonés. Fukuoka propuso un método de cultivo de la tierra que respetase al máximo la naturaleza de ésta y a la vez eliminase el exceso de trabajo que conlleva la agricultura convencional. Los principales puntos del sistema de Fukuoka son: 
  • No arar ni roturar la tierra, para mantener los micronutrientes y la humedad del suelo en condiciones óptimas. 
  • No usar abonos ni fertilizantes, y en su lugar dejar que los factores botánicos, animales y minerales del suelo, interactúen entre sí; de este modo la fertilidad del terreno se regenera. 
  • No eliminar malas hierbas ni usar herbicidas: de nuevo Fukuoka recurre a la interacción entre plantas para enriquecer y controlar la biodiversidad del suelo. 
  • No usar insecticidas; en vez de eso favorecer la presencia en los cultivos de insectos beneficiosos. 
  • Respetar el crecimiento natural de las plantas sin podarlas. 
  • Para sembrar, introducir las semillas dentro de pequeñas bolas de arcilla y esparcirlas por el campo; estas bolas se disolverán con las primeras lluvias liberando las semillas. Dentro de las bolas también pueden alojarse semillas de otras plantas que nos interese asociar con el cultivo principal, así como una parte de abono natural y algún elemento disuasorio para que los animales no se coman las semillas, como pimienta de cayena.


Fotos Miguel Morales


No es tan fácil como parece. El agricultor natural necesita conocer el terreno que trabaja, sus características y las de las plantas que allí crecen, las interacciones entre ellas y su relación con el suelo. Tiene que saber qué plantas va a combinar en un determinado espacio para optimizar el rendimiento. En ese sentido los presupuestos de la agricultura natural son opuestos a los de las técnicas convencionales. La agricultura natural se basa en el principio de mínima intervención. Se establece una colaboración con la naturaleza en vez de una lucha a brazo partido para intentar domesticarla. La agricultura natural no agota la tierra, sino que la regenera; y al enriquecer el suelo, favorece las lluvias y contribuye a la disminución del efecto invernadero. 
Algo muy interesante: el agricultor natural no se entrega a un trabajo físico penoso e innecesario, dependiendo de maquinaria pesada, abonos químicos y productos fitosanitarios de laboratorio. En cambio, en la tarea del agricultor natural tiene mucha importancia la observación 
prolongada y atenta de los procesos y ritmos de la tierra. Se trata de entender las características del medio y trabajar a favor de sus peculiaridades (nunca en contra), considerando los animales y las plantas como elementos de un todo que se encuentra en permanente interacción.

Fotos MIguel Morales
Cuando voy a recoger plantas silvestres no puedo dejar de sentirme como un agricultor natural que recolecta sus productos en la finca de la Naturaleza. Yendo más allá de Fukuoka, he intervenido tan poco que ha sido la propia Naturaleza la que ha cultivado por mí. Ni siquiera he llevado la semilla al lugar donde quiero que nazca la planta. Como recolector, mi confianza en la Naturaleza es ilimitada, por eso he preferido que ella tomase la iniciativa. Cada planta silvestre está llamada a cumplir una función en el ecosistema, y está donde debe estar. El que yo la recoja también forma parte de los propósitos del ecosistema siempre que yo me muestre respetuoso en lo que hago. Nada de destrozos. Nada de esquilmar la zona. Nada de acaparar lo que no voy a consumir. Quiero que esta parcela donde la Naturaleza ha cultivado para mí una colonia de dientes de león me siga abasteciendo de esa planta en el futuro. Creo que así piensan los agricultores naturales que recolectan sus productos en la finca de la Naturaleza. O así lo espero.

  

miércoles, 5 de febrero de 2014

Cómo pudo ser

Fotografía Miguel Morales

En un tiempo remoto nuestros antepasados vivían en los árboles. Saltando de rama en rama y sin necesidad de bajar al suelo obtenían todo lo que necesitaban para la subsistencia. Las arboledas entonces eran inmensas, y era fácil recorrer grandes distancias pasando de una copa a otra. Así, el primate de aquellos tiempos siempre disponía de suficiente provisión de frutos arbóreos, la base de su alimentación, complementada con algunas hojas y, quizá, pequeños insectos.

Diversos cataclismos, incendios o catástrofes naturales en una época de gran actividad geológica fueron abriendo grandes claros en los bosques, y la vida arborícola empezó a resentirse. Ya no era como antes, que la superficie de las copas de los árboles entrelazadas parecía infinita. Ahora se terminaba. Lo inquietante era lo que venía después. Los habitantes de los árboles no estaban acostumbrados a las estepas: extrañamente llanas, hasta donde alcanzaba la vista. Después de un infranqueable vacío aparecía un árbol lejano. ¿Cómo llegar a él? Ese mundo de ahí abajo, sin referencias ni orillas, sin sombras protectoras, sin ramas a las que asirse, ¿qué peligros deparaba?
Más que la prudencia, acuciaba el hambre; y también, en buena medida, la curiosidad. Llegado al límite del mundo conocido, el primate bajó del árbol para explorar lo desconocido. Y se encontró con algo que no había previsto desde la altura de la copas. Las plantas herbáceas de la estepa le impedían ver a lo lejos. En el suelo, esas gramíneas silvestres precursoras de nuestros cereales superaban en altura a nuestros antepasados cuadrumanos. Un obstáculo para los ojos, pero no para la superioridad evolutiva de nuestra especie que supo encontrar, una vez más, en el problema la solución: ponerse en pie.

Fotografía Miguel Morales
El flamante bípedo constató que la nueva postura no traía más que ventajas. La visión panorámica, por encima de la altura de las plantas, fue la primera. Sobrepasando los obstáculos, el nuevo mundo empezaba a ser comprendido. Por otra parte, liberados de posar en el suelo las manos delanteras, aquellos antepasados descubrieron que podían usarlas para manipular objetos, cosa que estimuló su creatividad dando lugar a las primeras herramientas e instrumentos de trabajo. 
En este período la inteligencia humana experimentó un enorme desarrollo. Surgió la caza y, con ella, otra novedad: la obtención de reservas de alimentos. El hombre podía asentarse en colonias y disfrutar de tiempo libre. El gran desarrollo de la inteligencia se produjo aquí, y no por comer carne, como sostienen algunas teorías, sino porque el tiempo ganado a la trashumancia permitió a este homínido dedicarse al cultivo pleno de sus facultades, disponiendo de dos manos útiles y de una inteligencia en continuo estímulo. El mundo ya se representaba por el arte y la escritura, y las plantas ya se obtenían de la tierra a partir de las semillas. 
Y he ahí cómo pudo ser la historia y quizá haya sido. Desde entonces el progreso, las guerras, los reyes y las crisis. Tal vez lo de bajarnos de los árboles no haya sido, al final, tan buena idea. Ya lo debatiremos.

Fotos Miguel Morales