viernes, 15 de enero de 2016

Las horas en blanco


 
Fotografía: Miguel Morales



¿A dónde habríamos llegado en la vida de haber aprovechado al cien por cien el tiempo? Reconozco que he pasado la última hora en estado contemplativo. ¿Qué podría haber estudiado, ordenado cocinado, cuántos kilómetros a buena marcha podría haber recorrido o cuántas páginas hubiese avanzado de alguna de las novelas que esperan turno en la estantería? Todos recordamos etapas de sesenta minutos sumamente productivos. Si hubiese seguido con la guitarra entre mis manos durante la última hora de contemplación, ¿cuál habría sido mi progreso en las canciones que todavía se me resisten?
Detengámonos un instante en la guitarra. Hace tiempo que parece un mueble. Más propiamente un cuadro, pues cuelga de la pared.
En las etapas en que ensayo la guitarra no está colgada. La ves por todas partes como una amiga que te sale al encuentro y que te recuerda su presencia, aunque a veces tengas que retirarla amablemente de los lugares de paso: te la tropiezas apoyada en algún punto, ocupando la butaca en que te vas a sentar e incluso, sorprendentemente, observándote desde la mesa de la cocina. En ese proceso de retirarla tus dedos suelen enredarse en las cuerdas. Largo rato. Si por ti fuese no harías otra cosa que seguir tocando todo el día. El valor de cada minuto exprimido hasta la última gota se te revela entonces como una iluminación.

Fotografía: Miguel Morales

Ahora no estoy ensayando. Quizá por eso, esta última hora de contemplación ha sobrevenido tras un súbito e improvisado rasgueo en la guitarra. Es para preguntarse si no debería aprovechar plenamente el tiempo: como memorizar un texto mientras conduzco o pedalear en la bicicleta estática mientras leo la prensa. Rentabilizar los momentos muertos. Convertirlos en acción.
Pero ha sido una hora donde la duda ha vencido a la actividad. Podría haber avanzado en mis estudios de esperanto o, volviendo a la guitarra, dominar por fin el pasaje que se me resiste en Yesterday. Podría haber pintado media habitación o tener casi a punto un bizcocho de zanahoria.

Fotografía: Miguel Morales

Pues no. Mi lado rebelde quiere hacerse oír: intercaladas entre las prioridades y las urgencias de la vida reivindico las horas en blanco. Si la visión meramente económica dominara la vida -tal se pretende en esta fase de la historia- jamás nos sobraría un segundo. Siempre hay algo que hacer, te lo dirá tu jefe o te lo dirá tu propia voz interior, crítica y perfeccionista, te lo dirá tu pensamiento abducido por las teorías de la productividad absoluta y tú te lo creerás, porque eres muy responsable.
Un poco de espacio sobrante en una casa nos libera de la opresión de los objetos. No es por no tropezar, que también; es, sobre todo, una cuestión de respiración profunda y de claridad mental. El espacio no utilizado es como el tiempo que no conviertes en nada. Están para recordarnos que no somos esclavos -tal como se pretende en esta fase de la historia-, y que no consentiremos que la visión meramente económica de la vida nos controle.
No abarrotes tu tiempo. Al revés, puéblalo de rincones sin ocupar, de espacios diáfanos como la hora contemplativa que he vivido entre mis devaneos con la guitarra y el momento de escribir esto. Vivan las horas en blanco.

 
Fotografía: Miguel Morales


6 comentarios:

  1. Me legro que panbellotees de nuevo. Basta de perder el tiempo.

    ResponderEliminar
  2. Sí, ya tenía ganas de volver a panbellotear. Gracias por el comentario y por tus fantásticas fotos.

    ResponderEliminar
  3. No sólo me gusta el texto, sino la excelente calidad de las fotos. Ya quisiera yo un fotógrafo así para mis artículos... te felicito.

    ResponderEliminar
  4. Gracias Isabel. Tienes razón, las fotos son excelentes, yo no me canso de elogiarlas.

    ResponderEliminar
  5. Ese espacio en blanco entre enredar tus dedos en las cuerdas y volver a enredarlos , precisamente ese aire puro, ha alumbrado esta belleza que nos regalas.
    gracias.

    ResponderEliminar
  6. Nuevamente gracias, Selena. Palabras como las tuyas -muy poéticas, por cierto- son las que le animan a uno a escribir.

    ResponderEliminar