Fotografía: Miguel Morales |
¿A dónde habríamos llegado en la
vida de haber aprovechado al cien por cien el tiempo? Reconozco que he pasado
la última hora en estado contemplativo. ¿Qué podría haber estudiado, ordenado
cocinado, cuántos kilómetros a buena marcha podría haber recorrido o cuántas
páginas hubiese avanzado de alguna de las novelas que esperan turno en la
estantería? Todos recordamos etapas de sesenta minutos sumamente productivos.
Si hubiese seguido con la guitarra entre mis manos durante la última hora de
contemplación, ¿cuál habría sido mi progreso en las canciones que todavía se me
resisten?
Detengámonos un
instante en la guitarra. Hace tiempo que parece un mueble. Más propiamente un cuadro, pues cuelga de la pared.
En las etapas en que ensayo la
guitarra no está colgada. La ves por todas partes como una amiga que te sale al
encuentro y que te recuerda su presencia, aunque a veces tengas que retirarla
amablemente de los lugares de paso: te la tropiezas apoyada en algún punto, ocupando
la butaca en que te vas a sentar e incluso, sorprendentemente, observándote
desde la mesa de la cocina. En ese proceso de retirarla tus dedos suelen
enredarse en las cuerdas. Largo rato. Si por ti fuese no harías otra cosa que
seguir tocando todo el día. El valor de cada minuto exprimido hasta la última
gota se te revela entonces como una iluminación.
Fotografía: Miguel Morales |
Ahora no estoy
ensayando. Quizá por eso, esta última hora de contemplación ha sobrevenido tras
un súbito e improvisado rasgueo en la guitarra. Es para preguntarse si no
debería aprovechar plenamente el tiempo: como memorizar un texto mientras
conduzco o pedalear en la bicicleta estática mientras leo la prensa.
Rentabilizar los momentos muertos. Convertirlos en acción.
Pero ha sido una
hora donde la duda ha vencido a la actividad. Podría haber avanzado en mis
estudios de esperanto o, volviendo a la guitarra, dominar por fin el pasaje que
se me resiste en Yesterday. Podría haber pintado media habitación o tener casi
a punto un bizcocho de zanahoria.
Fotografía: Miguel Morales |
Pues no. Mi lado
rebelde quiere hacerse oír: intercaladas entre las prioridades y las urgencias
de la vida reivindico las horas en blanco. Si la visión meramente económica
dominara la vida -tal se pretende en esta fase de la historia- jamás nos
sobraría un segundo. Siempre hay algo que hacer, te lo dirá tu jefe o te lo
dirá tu propia voz interior, crítica y perfeccionista, te lo dirá tu
pensamiento abducido por las teorías de la productividad absoluta y tú te lo
creerás, porque eres muy responsable.
Un poco de espacio
sobrante en una casa nos libera de la opresión de los objetos. No es por no
tropezar, que también; es, sobre todo, una cuestión de respiración profunda y
de claridad mental. El espacio no utilizado es como el tiempo que no conviertes
en nada. Están para recordarnos que no somos esclavos -tal como se pretende en
esta fase de la historia-, y que no consentiremos que la visión meramente
económica de la vida nos controle.
No abarrotes tu
tiempo. Al revés, puéblalo de rincones sin ocupar, de espacios diáfanos como la
hora contemplativa que he vivido entre mis devaneos con la guitarra y el
momento de escribir esto. Vivan las horas en blanco.
Me legro que panbellotees de nuevo. Basta de perder el tiempo.
ResponderEliminarSí, ya tenía ganas de volver a panbellotear. Gracias por el comentario y por tus fantásticas fotos.
ResponderEliminarNo sólo me gusta el texto, sino la excelente calidad de las fotos. Ya quisiera yo un fotógrafo así para mis artículos... te felicito.
ResponderEliminarGracias Isabel. Tienes razón, las fotos son excelentes, yo no me canso de elogiarlas.
ResponderEliminarEse espacio en blanco entre enredar tus dedos en las cuerdas y volver a enredarlos , precisamente ese aire puro, ha alumbrado esta belleza que nos regalas.
ResponderEliminargracias.
Nuevamente gracias, Selena. Palabras como las tuyas -muy poéticas, por cierto- son las que le animan a uno a escribir.
ResponderEliminar