martes, 3 de enero de 2017

Como la manzana


Fotografía: Miguel Morales

Con eso de que los alimentos viajan de un lado a otro del mundo con completa naturalidad, es fácil encontrar en las tiendas toda una colección de frutas exóticas de trabajoso nombre e increíbles propiedades. Artículos  que por obra y gracia de la globalización saltan como pulgas de las antípodas a nuestra mesa. Como si -como las manzanas- crecieran a la vuelta de la esquina.  
Pero yo tengo un asombroso porcentaje de vitamina C, dice una de las primas extranjeras de la manzana; y yo unas enzimas proteolíticas que son la admiración de propios y extraños, dice otra; pues habríais de ver, dice una tercera, mis flavonoides y antioxidantes de verdadero lujo: no hay nada comparable en el reino vegetal: Y oyéndolas hablar así uno diría que se ha perdido muchas cosas antes de que esas maravillas almibaradas cruzasen charcos y continentes para aterrizar en nuestros platos. Que si las megadosis de ácido ascórbico, o las enzimas, o la suerte de especiales fitoquímicos propios de estas frutas galácticas: cuánta salud no hemos ganado mientras no las conocíamos; aunque curiosamente tampoco durante aquella ignorancia nuestra salud era peor. Sí que es curioso.

Foto: Miguel Morales
O no. Porque nuestros mercados siempre han estado llenos de frutas como la manzana. Frutas como la manzana se encargaban del suministro de vitaminas, enzimas y antioxidantes. Y si acaso nos perdimos algo, que es posible, dicha pérdida nunca desembocó en una carencia alimentaria. Todo lo contrario. Casi me atrevo a proclamar que mientras las frutas como la manzana protagonizaban nuestros postres y meriendas estábamos mejor que nunca. 
He de admitir, no obstante, que con la aparición de las frutas foráneas hemos salido ganando: en variedad, en sabor, en colorido, en matices. No seré yo quien hable en contra de alimentos tan ricos y saludables. Son maravillas, como la manzana; y como toda igualdad tiene dos sentidos lo mismo podríamos decir de la manzana: es como ellas.
La manzana -y aquí comienza la larga lista de sus propiedades- es uno de los alimentos más curativos que existen. Es antiinflamatorio del aparato digestivo y actúa como antiácido natural. Cruda y con piel es un laxante suave, y asada o en compota es el mejor antidiarreico. Es diurética, útil en casos de ácido úrico, gota e insuficiencia renal. Por su contenido en fósforo es sedante, y gracias a sus catequinas y quercetina -fitoquímicos que protegen contra los radicales libres- posee propiedades anticancerígenas muy potentes. También, por acción de dichos fitoquímicos, la manzana previene el asma, la artritis y las enfermedades cardiovasculares. Es anticolesterolémica y antihipertensiva. Por si fuera poco, la tisana de hojas y flores del manzano también tiene propiedades curativas, lo mismo que su vinagre, del que incluso se han escrito libros. 

Fotografía: Miguel Morales

Si bien el porcentaje de vitaminas de la manzana no supera al de las demás frutas, contiene, a diferencia de otras, vitamina E, un potente antioxidante. En su composición destacan los aminoácidos cisteína, glicina, arginina, histidina, isoleucina, lisina, valina y metionina, y los ácidos glutamínico, oleico y linoleico. Y además de las ya mencionadas catequinas y quercetina, cuenta con pectina, sorbitol y fibra soluble. ¿Y minerales? Citemos algunos: calcio, hierro, magnesio, fósforo y potasio. Entre otros.
Y por último, un consejo: con la piel y el carozo de la manzana se elabora una magnífica infusión. Que hierva un minuto y que repose unos quince o veinte: se obtiene una deliciosa bebida con propiedades medicinales. Y para un matiz especiado, que le aportará sabor y beneficios, nada como dejarla reposar con una ramita de canela. 
Salud y a por el invierno.
 
Foto: Miguel Morales



No hay comentarios:

Publicar un comentario